EL ASOMBRO DE LA INQUISICIÓN

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue instaurado en España en 1478 y en la Nueva España en 1571. Su finalidad era conservar y defender la ortodoxia de la religión católica. En ese sentido, los expedientes inquisitoriales tienen un enorme valor que no se aprecia a simple vista, pues gracias a ellos podemos tener una aproximación de cómo funcionaban los largos procesos a los que eran sometidos los sospechosos de la fe, en otras palabras, la burocracia inquisitorial, desde la visita del inquisidor, la publicación de los edictos de fe, cómo se reconocía a un hereje, la detención y el secuestro de bienes, los interrogatorios y testigos, los tormentos, la sentencia y condena, las prisiones, la pena de muerte, los procesos contra ausentes o difuntos (de los cuales se quemaba una efigie de su persona), los famosos autos de fe, la vestimenta de los enjuiciados (con los sambenitos y las corozas), las procesiones y sermones, hasta la lectura de sentencias. Además de esta información, en los expedientes se guardan los relatos que cuentan cómo vivió la sociedad novohispana la presencia del Santo Oficio en su vida cotidiana.

A pesar de que, en siglos pasados, con la destrucción de archivos inquisitoriales en el mundo se eliminaron documentos valiosos, según el historiador Gabriel Torres Puga: “el [archivo] de México es probablemente el que mejor se conserva de cuantos hubo en toda la monarquía española, e incluye documentación de Centroamérica y Filipinas”.1 Tal repertorio contiene los expedientes que forman parte del grupo documental “Inquisición” del Archivo General de la Nación (AGN), que preserva uno de los acervos documentales más importantes de México y que se localiza, actualmente, en el Palacio de Lecumberri, antigua penitenciaria de la ciudad (1900-1976).

El grupo documental “Inquisición” es una herramienta fundamental para evocar la memoria de casi toda la sociedad novohispana, si recordamos que, además de preservar la ortodoxia religiosa, uno de los objetivos del Santo Oficio era la confesión de los acusados, es decir, la aceptación de la culpa, el reconocimiento de la fe cristiana y, además, la información que pudieran proporcionar sobre probables casos de herejía ya fuera de su propia familia o de sus vecinos (información, que por cierto, las autoridades inquisitoriales obtenían escudriñando continuamente a los inculpados y, en casos extremos, mediante el tormento). Cuando se revisan los casos de los expedientes inquisitoriales es posible reconstruir, por un lado, la reglamentación de la institución y, por otro, la versión del acusado y las voces de la comunidad que lo rodeaban: “los expedientes inquisitoriales pueden ser un medio para explorar la excepcionalidad de algunos individuos y también las transformaciones de los fenómenos religiosos, culturales, sociales y políticos en gran escala”.2 Es decir, es posible recuperar historias locales que dan cuenta del funcionamiento de la sociedad en esos siglos.

 


1 Gabriel Torres Puga, Historia mínima de la inquisición, El Colegio de México, 2019, p. 21.
2 Op., cit. p. 24.