HISTORIA DEL CATÁLOGO
La aventura del Catálogo comenzó en 1984 cuando el Archivo General de la Nación, El Colegio de México, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y la Dirección de Literatura del INBA firmaron un convenio para comenzar con el proyecto. Después de la creación de un comité, de la designación de un grupo de becarios y de intentar una coordinación plural, María Águeda Méndez fue la encargada de llevar a cabo la gran tarea de confeccionar los catálogos.
Una propuesta original del proyecto era “definir lo literario”, inquietud que, como sabemos, ha hecho correr mucha tinta entre investigadores y especialistas a lo largo de los años, pero que sigue siendo un tema controvertible, mucho más cuando se trata del periodo novohispano. Sin embargo, en los preliminares del primer tomo del Catálogo María Águeda Méndez confesó algunas de las nuevas tareas que surgieron al comenzar con el trabajo de archivo: “no valen acrobacias intelectuales ni montajes ideológicos frágiles frente a la realidad ineludible del documento de archivos”.1 Así, son infinitas las tareas que pueden pasar desapercibidas cuando el investigador realiza trabajo de archivo: buscar, leer, clasificar, automatizar información, enfrentarse a la paleografía y a otros tantos avatares fueron parte de un trabajo colectivo que logró reunir un inventario del grupo documental “Inquisición”, pero desde una perspectiva diferente, desde la mirada de un investigador cuyo interés principal es lo literario.2
Claramente, fueron un parteaguas fundamental del Catálogo de textos marginados novohispanos los trabajos de los bibliógrafos José de Eguiara y Eguren (Bibliotheca Mexicana, 1755); José Mariano Beristáin de Souza (Biblioteca Americana Septentrional, 1883); Joaquín García Icazbalceta (Bibliografía mexicana del siglo XVI, 1886); Vicente de Paula Andrade (Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVII, 1889), Nicolás León (Bibliografía mexicana del siglo XVII, 1902) y el trabajo de Pablo González Casanova titulado La literatura perseguida en la crisis de la Colonia (1958).
Los primeros dos tomos titulados Catálogo de textos marginados novohispanos, siglos XVIII y XIX. Archivo General de la Nación (1992) y Catálogo de textos marginados novohispanos, siglo XVII. Archivo General de la Nación (1997) así como el Catálogo del siglo XVI, cuya primicia presentamos en esta celebración y cuyas aportaciones se refieren en el prólogo correspondiente, se basan en el siguiente criterio:
recopilar la producción incautada por el perseguimiento de la disidencia: la marginal. Este concepto tiene tres vertientes: por una parte, de los legajos que se conservan, algunos pertenecen a temas que para el Santo Oficio en ese momento no eran de interés primordial; por la otra, muchas de las ideas, reacciones, conductas, dichos y hechos que se manifiestan en los abultados procesos estaban al margen de lo oficial; por último, la Inquisición los censuraba y sacaba de la circulación porque no convenía a sus intereses que se conocieran, ni se propagaran.3
De tal forma, los tres tomos del Catálogo no sólo dan cuenta de una memoria histórica y colectiva, sino también propone el rescate de una memoria censurada que refleja una perspectiva diferente de la que se tiene de la Historia de la Inquisición. En el catálogo pueden consultarse microhistorias marginadas de la sociedad novohispana regidas por la regulación inquisitorial. Así, la mayor contribución del inventario, en palabras de María, consiste en “permitir un avance notable en el conocimiento de la documentación, de la vivencia diaria en el quehacer intelectual de la Colonia. Así pues, probablemente, la historia de las mentalidades […] sea la más beneficiada por esta exploración subterránea de la experiencia social en el virreinato”.4
En efecto, lo que se nota a primera vista cuando se hojean al azahar los expedientes inquisitoriales contenidos en los catálogos es la descripción de la vida cotidiana novohispana bajo la vigilancia del tribunal eclesiástico. Además, el lector tiene acceso a −como diría Elías Trabulse para referirse al primer tomo− “un verdadero itinerario de la subversión”5 que refleja todo tipo de actos que se consideraban herejías. Como explicó María “eran como una enfermedad, las herejías, manifestaciones de que algo no estaba bien con las enseñanzas de la iglesia”:6 inquietudes, desacuerdos, blasfemias, presencia de judaísmo, mahometismo o luteranismo, falsificaciones, solicitaciones de religiosos (es decir, contacto sexual propiciado por los clérigos durante la confesión), clérigos que dejaron los hábitos y se amancebaron, fugas de cárceles, pactos con el demonio e invocaciones, hechicerías, brujerías, usos de ritos y oraciones heréticas, ligues y desligues amorosos, expurgaciones, censuras y prohibiciones de libros y autores, etcétera.
Después de haber emprendido la experimentación y fijación de los criterios catalográficos, en 2001, en su libro Secretos del Oficio María Águeda Méndez reconoció que: “surgió la necesidad de no circunscribirnos única y exclusivamente a lo literario −pues habría quedado fuera la mayor parte del material− por lo que tomamos muy en cuenta no sólo las estructuras formales o las índoles de contenido de los escritos en sí, sino la intención que conllevaba la institución eclesiástico estatal que los había requisado”.7 En ese sentido, el persistente intento de definir “lo literario” fue tomando nuevos cauces, lo cual se nota en la estructura de los Catálogos, pues la obra se divide en dos capítulos, prosa y verso. En cuanto a la prosa el investigador o curioso podrá encontrar los siguientes tipos de documentos: autos, bandos, bulas, calificaciones, cartas, cédulas, censuras, comedias, crónicas, debates, diálogos, devociones, discursos, disertaciones, edictos, ejemplos, indulgencias, mandamientos, memorias, memoriales, mercedes, narraciones, oraciones, pareceres, pronósticos, prosa miscelánea, real cédula, real ejecutoria, real provisión, relaciones, respuestas, sentires, sermones, soliloquios, tratados, etcétera.
De este grupo de documentos hay que destacar las cartas, las narraciones y las relaciones, géneros de mayor interés para la investigación literaria. Por poner un ejemplo, las cartas (documentos fundamentales para la comunicación transatlántica, entre órdenes religiosas y como medio de comunicación directa entre los miembros de la sociedad) permiten conocer contenidos de todo tipo. Hay desde cartas amorosas en las cuales se leen peticiones de mujeres que reclaman el regreso de sus maridos, hasta otras en que se denuncia a los saltaparedes; hay cartas de contenido laudatorio y religioso, es decir, cartas enviadas de las autoridades inquisitoriales (probablemente del Consejo de la Suprema y General Inquisición) para aclarar cómo debían ser los procesos, las instrucciones del Santo Oficio y los pareceres teológicos; hay en las que se anotan algunas obras y autores prohibidos o mal utilizados; en este grupo aparecen Virgilio, Petrarca, Lutero, Erasmo de Rotterdam, fray Luis de Granada o los lunarios del erudito Carlos de Sigüenza y Góngora. Incluso, hay epistolarios completos que relatan la historia de familias, como es el caso de los famosos judíos Carvajal.
En cuanto a los textos escritos en verso, hay una variedad de géneros, entre ellos: combinaciones métricas, coplas, églogas, octavas reales, poemarios, quintillas, redondillas, sonetos, canciones, cantares de preso, décimas, dísticos, glosas, liras, octavillas, oraciones, poemarios, romances, túmulos, etcétera. Son de resaltar dos casos en este grupo, primero un debate en verso “Sobre si la ley de Moisés es buena o no” entre el dramaturgo Fernán González de Eslava y el poeta Francisco Terrazas y, el segundo, una comedia titulada El pregonero de Dios y patriarcha de los pobres de Francisco de Azebedo quien altera la historia de san Francisco de Asis.
Como se nota, con la sencilla disposición del catálogo, es decir, prosa y verso, pueden encontrarse infinidad de historias que reflejan la ortodoxia y la heterodoxia de la Nueva España, las vicisitudes de cada siglo, desde los problemas de evangelización y de edificación de la fe en el siglo XVI hasta las incipientes ideas de la Ilustración, que tenían influencia de la Revolución Francesa, ya entrado el siglo XVIII. Además, los Catálogos contienen los siguientes índices: autor, bíblico y hagiográfico, lugares, obras, onomástico, primeros versos y procesos que facilitan en la versión impresa las búsquedas en las cuales ya se tiene una idea de lo que se pretende encontrar.
1 Prólogo del Catálogo de textos marginados novohispanos. Inquisición, siglos XVIII-XIX, El Colegio de México-UNAM, 1992, p. x.
2 Ver María Águeda Méndez, “La palabra rescatada de México en el siglo de la Ilustración. La catalogación: vicisitudes y avances”, en Secretos del Oficio. Avatares de la Inquisición novohispana, El Colegio de México, 2001, p. 13.
3 Prólogo del Catálogo de textos marginados novohispanos. Inquisición: siglo XVII. Archivo General de la Nación, El Colegio de México, AGN, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, p. 13.
4 Prólogo de Catálogo de textos marginados novohispanos, siglos XVIII-XIX, ed. cit., p. xi.
5 “María Águeda Méndez et. al. Catálogo de textos marginados novohispanos. Inquisición, siglos XIII y XIX. Archivo General de la Nación. El Colegio de México/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1992”, Literatura mexicana, vol. 3 (1), 2011, p. 205.
6 Conferencia “El pregonero de Dios: una obra teatral censurada por la Inquisición” en el Centro de Estudios de Historia de México CARSO, el 12 de diciembre de 2014.
7 Secretos del oficio, ed. cit., p. 18.